viernes, 21 de septiembre de 2007

reconstrucción del cuento "el hombre del castillo"

La vida se le planteaba como plena, absoluta y llena de belleza. Las infinitas tardes eran disfrutadas con natural regocijo, con una mirada esperanzadora, llena de sutileza, estética, y todas esas cosas que suponen una armónica coexistencia con lo que muchos llaman Arte. Él era feliz, plenamente feliz. Se sentía completo, carente de necesidades, con un existencialismo completamente resuelto, con una personalidad férrea y desarrollada, con sus argumentos en perfecto orden. Él no necesitaba nada más. Sus ideas del mundo habían satisfecho su inquietud por conocerlo. Estaban ahí presentes, en cada segundo de su vida, como un manual abierto, dispuesto a satisfacer cualquier tipo de inquietud que pudiere emanar desde su criticismo. Traída a su persona con tan solo un botón, el mundo se desplegaba antes sus ojos con un mecanismo exquisito.

Toda posibilidad de soledad era desterrada para siempre de su pequeño mundo. Allí, sentía seguridad, amor, odio, envidia, venganza, dolor, y todo el sin fin de cosas que hacen posible el que nos sintamos vivos, vitales. Con la convicción de que corre sangre por nuestras venas. Pero, lamentablemente, con la idea lejana y ajena de la muerte y la ausencia; lo efímero de la vida brutalmente confinado fuera de la cuidad que todos, en cierto sentido, instauramos como protección de nuestra frágil esencia.
El pequeño aparato había quebrantado su posibilidad de soñar. La perfección allí expuesta lo lleva hacia un estadio de neutralidad y pasividad de las emociones y de su propia autopercepción. Es un ser feliz y pleno, pero vacío.
En un momento, en su pequeño gran mundo circundante, vio experimentar una emoción nunca antes advertida, y absolutamente nefasta: la curiosidad.
En toda esta gran nebulosa vio vislumbrar un diminuto rayo de luz que azotó para siempre su insignificante existencia. De pronto, se le presentó una solución a un problema que jamás notó existente. El escapar de si mismo.
Saltó hacia fuera y nadie notó como sus ojos se abrieron con brutal espanto. Nadie notó como su conciencia sufría constantes espasmos y su cabeza fue azotada contra el mismo botón que años antes había sido la única fuente de toda su persona.
La gente reía a carcajadas, con la boca llena de comida basura atestada de grasa, carne y suculenta lujuria. El espectáculo le pareció grotesco, y fuera de todo parámetro. La lujuria le produjo asco, aunque no haya sido un sentimiento que haya sido capaz de decodificar.
Hombres y mujeres se paseaban con diminutas prendas al servicio de la gula de los espectadores.
Sus rostros marcados de pintura. Su ropaje insinuante. Su actitud lascivia.
Nadie lo notó.
Nadie lo necesitaba.
A nadie le pertenecía.
A pesar de que todos, en algún momento, dijeron lamentar su pequeño estado carente de lucidez. Su mundo jamás fue concebido de esa forma. Su pequeño artificio nunca retrató lo que se le presentaba ante sus ojos. Su desilusión lo superó.
Cerró sus ojos, y los apretó tanto que pensó que jamás volvería a mirar. Gritó para que la pesadilla acabara.
De pronto se vio inmerso nuevamente en su apacible mundo. Y descansó. Tomó un respiro, el ruido externo era inaudible, fue feliz nuevamente. Tomó una decisión, y juró jamás volver.
De nuevo se encontraba, cara a cara, con el artificio tejedor de realidad, y por primera vez se desilusionó de él. Pero no lo destruyó. Siguió adelante con su vida.
Volvió a ser feliz. Pero a diferencia de su estadio anterior, era feliz concientemente de que a la vez, estaba vació.

1 comentario:

Hessetti dijo...

Hay 2 problemas con este texto; 1, Que Philip K. Dick ya esta muerto, sobredosis mediante, por lo que no podría leer su reconstrucción.
2. Si estuviera vivo tampoco ya que el no hablaba español.
De todas maneras estamos nosotros y especialmente este profesor que se alegra de ver a un buen alumno, un poco disperso tal vez, escribir de esta manera.
Siga así.